Llibres i música en temps de desassossec: “Morir y sobrevivir en Venecia: Tiziano y la peste de 1575”

Foto: Tiziano, Pietà. Gallerie dell’Accademia. Venècia.
Tiziano, Pietà. Gallerie dell’Accademia. Venècia.

L’aportació de la Facultat de Filosofia i Lletres en els moments estranys que vivim serà en forma de reflexions i consells literaris, filosòfics i musicals a l’entorn de la persona i de les pestes que ens afligeixen, col·lectives, però també individuals.

26/05/2020

Destinada a su tumba, la última obra, inacabada, de Tiziano, su “Pietà” (1576), es algo más que una plegaria elevada a la misericordia divina, más que un ofrenda –como el exvoto, cuadro dentro del cuadro, semioculto en el margen del lienzo– a la espera de la ansiada salvación del pintor y de su hijo Orazio, infectados de peste negra. Es, ante todo, el intento desesperado, dramático, de un nonagenario Tiziano, enfermo y exánime, pero con un ansia vital incontenible, de agarrarse a la vida, de vencer lo inevitable. De ahí que no la terminara, que ‘no la quisiera terminar’, porque finalizarla significaba rendirse, claudicar a la muerte. En ese Nicodemo enjuto, magro, al que Tiziano dio sus rasgos, cuya carne se deshace en pintura, amalgama de sangre, linaza y pigmentos, reside el último gesto, arrebatado, de sobrevivir, aunque sea arañando la tela, en el cuadro. «Tiziano había dejado de utilizar los pinceles para pintar directamente con los dedos...».

“Calle de la pietà” (Mario Brenta/Karine de Villers, 2010) nace del intento de reconstruir el último día de Tiziano Vecellio, fallecido, como su hijo Orazio, en 1576 por la epidemia de peste negra que asoló Venecia. Pero en este film-ensayo la representación de la historia termina por quedar fuera de plano, como lo enuncia abiertamente su director, su figura también confinada al contracampo del reflejo de una ventana abierta a la ciudad, en la secuencia inicial: «el pasado, pasado está». La filmación se torna entonces una reflexión, enunciada en forma de diálogo entre Mario Brenta y Karine de Villers, encarnados en las figuras arquetípicas del pintor y la modelo, sobre la vida y la función del arte: «el deseo de dominar el mundo, pero sobre todo de dominar el tiempo». Pretensión inútil, porque «la pintura es un arte concreto, corporal»; corruptible, por tanto, y «falla en su tentativa de detener el tiempo». También el cine persigue atrapar la ineluctable caducidad del instante en el intervalo de veinticuatro fotogramas por segundo. «Otro patético intento de huir de la muerte».

Pero, para Brenta, existe una forma de inmortalidad, o mejor, de resurrección o transubstanciación del artista: «Es ofreciendo el propio cuerpo al mundo que el pintor transforma el mundo en pintura». Carne hecha pintura, como el Nicodemo-Tiziano, y pintura devenida materia del mundo. Las imágenes de Brenta/de Villers nos proponen un viaje óptico-sensorial por una Venecia, ciudad de reflejos, que se contempla a sí misma en el espejo del arte: en los centelleos y claroscuros de las aguas de los canales, en los estallidos de color de sus atardeceres, en las rugosas texturas de sus desconchados muros, cubiertos de grafiti y carteles. Paredes ‘vivas’ que nos hablan de un mundo ‘muerto’, definitivamente archivado en los ficheros de la historia. Como las

del convento de Lazzaretto Nuovo, ‘l’isola del male’, a la que eran confinados los afectados de peste, que llevan inscrita en su superficie la impronta de tantas existencias pasadas. Vida petrificada que alimenta muros musgosos en un ciclo eterno de putrefacción-fertilización de una cadena trófica de siglos. La de una ciudad siempre agónica, fatalmente suspendida entre el pasado y el presente, la vida y la muerte.

Morir en Venecia, un destino sellado por miles de tránsitos ilustres, de Tiziano a Casanova o Thomas Mann, citado por Brenta con la mediación implícita de Luchino Visconti y del ‘adagietto’ de Gustav Mahler. Un flujo incesante de presencias/ausencias que han ido dibujando, atravesando las épocas, el imaginario pictórico y cinematográfico de la ciudad del Adriático. Morir en Venecia, una suerte de predestinación para todo aquel que persigue la eternidad del placer, la transcendencia de la carne. Morir y sobrevivir en Venecia: ‘fatum’ e inmortalidad del artista.

 

Maria Rosa Gutiérrez Herranz (Departament d’Art i Musicologia)