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18/06/2024

"Es importante comprender que muchas de las luchas ambientales contemporáneas tienen raíces profundas"

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Judit Gil Farrero, investigadora del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Zaragoza, visitó el iHC de la UAB el pasado 11-12 de abril para participar como ponente en el seminario titulado “Disciplinary crossroads: between the history of science and environmental history". En este seminario, habló sobre su investigación interdisciplinaria con el objetivo de abordar cuestiones ambientales en perspectiva histórica, pero también retos de la actual crisis ecosocial.

Autora: Laura Masó Ferrerons

Judit Gil Farrero es licenciada en ciencias ambientales por la UAB y doctora en historia de la ciencia por el Centro de Historia de la Ciencia (CEHIC), actualmente el Instituto de Historia de la Ciencia (iHC) de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Actualmente, está contratada como investigadora postdoctoral en el Área de Historia e Instituciones Económicas del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Zaragoza. Sus temas de investigación se centran en el estudio de los conflictos ambientales, los procesos de protección de espacios naturales y la percepción de la naturaleza y el paisaje.

1. ¿Qué nos ofrece la historia ambiental en el contexto de la actual crisis ecosocial? ¿Por qué es necesaria la perspectiva histórica por la justicia ambiental?

La historia ambiental abarca varios ámbitos, a los que se da más o menos relevancia según los intereses personales y la formación previa de cada uno, pero a grandes rasgos, busca ampliar la mirada del/a historiador/a analizando la historia de las sociedades humanas en continua interacción con su entorno natural. En mi caso, los temas de historia ambiental que estudio (conflictos ambientales) tienen una parte inherente de política de crítica, protesta, activismo y reivindicación, lo que la conecta directamente con la cuestión actual de la justicia ambiental.

Las luchas ambientales actuales tienen a menudo un largo recorrido y la historia puede proporcionar una comprensión de los precedentes, poniendo en contexto las desigualdades e injusticias que configuran la realidad actual. Es importante entender que muchas de las luchas contemporáneas tienen raíces profundas, y la historia ambiental permite identificar estrategias tanto para la ocultación como para la visibilización de los conflictos, así como también ayuda a comprender las diferencias de poder y potencial político en estos enfrentamientos. Por ejemplo, quizás estoy estudiando lo que ocurrió hace 50 años en un lugar determinado, pero puede ser una historia que todavía está viva.

Un error común en cuestiones ambientales es estudiarlas sólo desde el presente. El conocimiento del pasado es esencial para entender el presente y luchar por una justicia ambiental informada y significativa del futuro. Es necesario saber cómo han comenzado estos conflictos, los actores implicados y cómo han evolucionado para poder actuar de manera efectiva y contextualizada a lo largo del tiempo, teniendo en cuenta las perspectivas cambiantes.

2. ¿Por qué crees que enriquece la perspectiva interdisciplinar en la investigación histórica de los temas ambientales? ¿Qué herramientas y metodologías utilizas de diferentes ámbitos académicos para realizar tu investigación?

Considero que crear una perspectiva interdisciplinar en la investigación histórica sobre temas ambientales es crucial. Puede verse metafóricamente como un sendero en el que, a medida que lo recorremos, vamos encontrando diferentes puntos y elementos de interés que enriquecen el estudio, en este caso herramientas y metodologías de diferentes ámbitos académicos que permiten profundizar en el análisis de situaciones o procesos complejos. Esto supone un reto, pero también una oportunidad, ya que estos temas no pueden ser encapsulados en categorías estrictas de "social" o "natural" o dicotomías opacas de "rural" o "urbano", debido a que las interacciones entre el ser humano y su entorno son intrínsecamente complejas y dinámicas.

Personalmente en mi investigación, no he seguido una estrategia conscientemente interdisciplinar, sino que ha surgido de la necesidad de entender los problemas que estudiaba. He ido utilizando elementos procedentes de la historia ambiental y de la historia de la ciencia, pero también de la historia económica, ecología política, geografía y antropología ambiental. Por ejemplo, empecé a estudiar la historia de la protección de la zona volcánica de la Garrotxa y encontré que la percepción del paisaje era muy diferente entre la persona que va a verlo desde fuera (urbana) y la persona que vive desde dentro (rural). Para tratar mejor lo que estudiaba, terminé utilizando herramientas y metodologías de disciplinas como la geografía y la antropología. Este enfoque me ha permitido abordar los temas de forma más completa y efectiva, ya que me ayuda a comprender mejor las dinámicas de los conflictos ambientales y sus raíces. Utilizar herramientas y metodologías de otras disciplinas enriquece la investigación y permite un tratamiento más esmerado de los problemas estudiados, superando las limitaciones de una única disciplina.

3. ¿Cómo ha cambiado el activismo medioambiental entre las generaciones actuales y las anteriores, especialmente en el contexto de la crisis climática?

Depende de la generación y de la época histórica en concreto. La generación X y Z, que está afrontando de lleno la cuestión climática, quizá sea mucho más consciente de la justicia ambiental que otras generaciones. Pero no creo que los jóvenes sean más activistas que otros grupos de edades (sí más conscientes), y menos en la academia. Existe toda una generación de activistas medioambientales de los años 70 y 80, especialmente académicos de biología y geología, que se dedicaron plenamente a ello. Quizás no están tan involucrados en el activismo climático actual, pero sí lo estuvieron en campañas de salvaguarda y en el activismo medioambiental, como las campañas antinucleares, para detener el desarrollo desenfrenado del sistema durante la transición política.

Es complicado comparar el contexto actual con los años 80 o incluso con principios de 2000, porque son contextos muy diferentes y es fácil caer en anacronismos. Las estrategias que funcionaron en un momento dado quizás ahora no sirven, porque el contexto y la situación han cambiado significativamente. Una de las dificultades actuales con la cuestión climática es salir de estas narrativas catastróficas tan pesimistas, que evidentemente están justificadas por las circunstancias. Esto es una diferencia abismal con la generación de aquella época, donde había un entusiasmo colectivo y una sensación de que “todo estaba por hacer y todo era posible”. La consolidación del individualismo en las últimas décadas está estrechamente relacionada con una angustia individual frente a las cuestiones climáticas. Esto hace que, en general, el tema de participar en una asociación no sea tan común, a diferencia de los años 70 y 80, cuando el asociacionismo y el colectivismo eran muy potentes, especialmente después de haber sido prohibidos durante la dictadura franquista. El contexto de cada época es muy importante para entender las formas de activismo. No digo que el contexto sea la única causa, pero es muy relevante, porque si no se tiene en cuenta, se pierde una parte importante de las circunstancias que permitieron que ciertos acontecimientos ocurrieran.

4. En tu investigación, hablas sobre el cambio de percepción del paisaje de montaña durante el siglo XX. ¿Podrías poner algunos ejemplos de cómo han cambiado la percepción de estos paisajes naturales?

En general, en Occidente ha habido un cambio notable en la forma en que la sociedad percibe la naturaleza y la montaña en particular que comienza en los siglos XVII-XVIII y que, entre otros aspectos, se acaba plasmando en la creación de la figura del parque nacional, en EE. UU., en las últimas décadas del siglo XIX. El parque nacional nació de la idea de que quedaban pedazos de "naturaleza virgen" o "no antropizada", una idea que se relacionó fuertemente con los paisajes de montaña. Estos paisajes se percibían cuanto más naturales que los paisajes urbanos o incluso rurales, lo que llevó a declarar muchos espacios protegidos en zonas de montaña durante décadas.

Sin embargo, desde una perspectiva rural, la montaña se veía tradicionalmente como un lugar con tierra productiva, donde se podían crear bancales para cultivar y utilizar la tierra para el sector primario, se podía criar ganado y aprovechar los recursos que ofrecían los bosques. Cuando se empezaron a proteger espacios naturales, se consideró que los paisajes de montaña eran los más adecuados. La implementación de políticas conservacionistas en estas áreas, que limitan o pueden limitar el uso de recursos naturales por parte de las comunidades rurales, generó rechazo entre la población local. Sin embargo, en las últimas décadas estas limitaciones no se consideran tan importantes porque el sector primario ha perdido mucho peso a nivel global, y estas áreas habían experimentado una despoblación significativa en las décadas precedentes.

Desde los años 70 y 80, se han producido cambios significativos en la percepción y protección de los paisajes naturales. Como ya he comentado, en un primer momento se protegieron principalmente zonas de montaña y paisajes majestuosos y abruptos. Pero desde hace unas décadas, el tipo de naturaleza o paisaje merecedor de ser protegido se ha ampliado considerablemente, y ahora también se protegen zonas que se perciben como más humanizadas y que no cuentan con paisajes espectaculares, como los humedales, porque se tienen en cuenta otros valores más allá de los paisajísticos. Ejemplos de este cambio de percepción en Cataluña son la protección del delta del Ebro, del delta del Llobregat y de los humedales del Empordà. Antes, estas zonas se veían de forma negativa: los humedales se relacionaban con la malaria, prácticamente endémica en estos ambientes, ya menudo se desecaban por este motivo y para convertirlos en tierras de cultivo. Otro ejemplo de cambio en la percepción de la que merece ser protegido es la zona volcánica de la Garrotxa, donde a principios de los 70 la población local no sabía que era un territorio volcánico, y en general no se consideraba que la geología fuera un valor en proteger. Durante la transición y primeros años de democracia, con la educación ambiental que las campañas de salvaguarda llevaron a cabo en la Garrotxa y en el Empordà y los cambios políticos, se logró un cambio de percepción, y estos espacios se convirtieron en espacios naturales protegidos y emblemáticos.

5. ¿Cómo afecta a las actividades locales/rurales la conversión de un paisaje natural en un parque nacional?

Cuando en 1916 se aplica en España la figura de parque nacional importada de EE. UU., la idea es que la zona declarada esté totalmente protegida, por lo que se limita quien tiene permitido estar en esa zona y qué puede hacerse. Las actividades agrícolas o ganaderas se ven restringidas (dependiendo de la legislación y el contexto en concreto, evidentemente) y la explotación forestal prohibida, y, como alternativa, a las comunidades locales, que ven limitado el uso de los recursos naturales de la zona ahora protegida, les ofrecen el turismo como fuente económica. Es una terciarización del espacio: se pasa de un uso productivo vinculado al sector primario a una percepción del paisaje como lugar de ocio y turismo, del sector terciario. En otras palabras, cambia quien tiene permitido estar en esa zona: el agricultor, ganadero o leñador no, el turista sí.

Hoy, los espacios naturales de montaña han dejado de ser espacios productivos para ser espacios de ocio. La mayor parte del dinero que se mueve está relacionada con el turismo: carreras de montaña, esquí, etc., no con el sector primario. Esto es una tendencia general en toda Europa, pero tenemos un claro ejemplo en el Pirineo. Las montañas ya no son espacios productivos en general: la agricultura es económicamente inviable, la explotación forestal es minoritaria y sólo se mantiene la ganadería extensiva, con ayudas como la PAC, entre otras. El sector que genera mayores ingresos es el turismo, y también cuenta con importantes inversiones públicas (solo hay que pensar en las pistas de esquí adquiridas o gestionadas por la Generalitat).

6. Cuentas que se crean narrativas sobre espacios naturales, sobre qué es “natural” y qué es “artificial”, pero realmente, muchos espacios naturales ya no lo son porque han sido modificados por el ser humano. ¿Cómo afecta a un paisaje natural la conversión en un Parque Nacional?

La discusión sobre lo natural y lo artificial varía según el contexto y la persona. Por ejemplo, alguien puede decir que “unas vacas en un paisaje de montaña” es natural, pero no deja de ser un animal doméstico. En el mundo occidental, el ser humano no se considera como "natural", el fin de semana la gente de Barcelona se va a la naturaleza, la naturaleza es algo que está fuera de nosotros. La retórica de lo natural o no es compleja. Todo el mundo utiliza estas dicotomías, y las necesitamos para comunicarnos. Es evidente que hay entornos que están mucho menos alterados antrópicamente y, por tanto, se consideran más naturales, pero cambiar las concepciones de lo natural y lo artificial podría ayudar a ver la naturaleza como lo que es, dinámica, y no un tipo de imagen estática, como a menudo se perciben paisajes considerados “naturales”.

Al observar un paisaje y las especies presentes, se puede saber los cambios de usos que ha tenido a lo largo de la historia. Pero aquí la discusión principal es hasta qué punto, en el momento en que tomamos una zona que ha sido explotada durante siglos y la dejamos sin intervención humana, ésta se vuelve "natural". La naturaleza es sabia, pero si hemos impactado en un bosque durante años y lo dejamos de repente, las dinámicas de la vegetación han cambiado respecto a las de un bosque donde nunca haya habido intervención humana, y su comportamiento también, y esto puede provocar o favorecer eventos imprevistos como incendios, tal como hemos visto en los últimos años con la reforestación sin gestión de algunas zonas de Cataluña. Puede compararse, por ejemplo, con un pájaro enjaulado que, si es liberado, no sabe alimentarse porque ha sido siempre enjaulado.

7. Comentas que el acceso a los recursos depende según las estructuras de poder de la sociedad, de género, clase, etc. ¿Tienes algún ejemplo?

Cuando empezaron a realizar embalses en la década de 1910 en la Vall Fosca (Pallars Jussà), la empresa hidroeléctrica otorgó algunas concesiones al municipio de la Torre de Cabdella relacionadas con el suministro de agua y de luz, como una tubería, dinero para hacer una fuente pública, instalación de lámparas de alumbrado público y de la red de alumbrado privado y suministro gratuito para el alumbrado público y para dos lámparas por casa. Los habitantes de los municipios de la Torre de Cabdella y de Mont-ros adquirieron también ventajas perpetuas en la instalación de las redes de distribución y en el precio de la luz. Pero esto sólo fue en algunos pueblos, los que las obras de la empresa hidroeléctrica afectaban. Sin embargo, pueblos cercanos no tuvieron electricidad hasta los años 70. La luz se producía mucho más cerca que en cualquier lugar de la ciudad, y, en cambio, allí no llegaba. Por tanto, la electricidad no era para llevar luz a los pueblos, era para llevarla a las industrias ya la ciudad. Esto es colonialismo interno: gestionas el territorio desde un despacho de Barcelona como a ti, desde la ciudad, te interesa.

Otro ejemplo: se invierte mucho en arreglar las carreteras que suben y bajan desde Barcelona, pero los diferentes valles que están entre las montañas están mal comunicados entre sí. Hay que añadir que muchas carreteras del Pallars y la Ribagorça las hicieron las hidroeléctricas para sus intereses, pero no para la comunidad local, por lo que quedaron pueblos a los que nunca llegó la carretera.

8. Argumentas de que la gente local/rural se ve marginada del poder político y el ejercicio de éste (a pesar de estar en primera línea de los espacios naturales), de que la ciencia no considera que estos conocimientos (locales) estén legitimidades. ¿Por qué?

Las estructuras sociales, las relaciones de poder y los potenciales políticos distintos también producen una desigual distribución de los costes ambientales entre diferentes grupos humanos según etnia, género, clase social o edad. Las decisiones que se toman a nivel administrativo o empresarial de abrir una mina, construir un embalse, ubicar un vertedero o realizar una pista de esquí, generalmente no han tenido en cuenta la opinión de los pueblos que afecta.

En el caso de la creación de un espacio natural protegido, durante décadas la población rural lo ha percibido como una imposición desde la administración en la que, además, no se tiene en cuenta el conocimiento que la población local tiene del medio y de su gestión. Este conocimiento local, distinto al conocimiento científico, queda deslegitimado por la ciencia, que es quien ha gestionado estos espacios. Es un tema bastante estudiado por los antropólogos. Por ejemplo, en el Parque Natural Los Alcornocales, en Cádiz, están sufriendo la seca, una enfermedad que afecta a los alcornoques y que los está matando. Desde las administraciones están intentando poner soluciones sin tener en cuenta a la población local, quienes han trabajado toda la vida sacando el corcho y conocen el entorno, que ven cómo su conocimiento local, un conocimiento sobre el terreno heredado de generaciones, está siendo ignorado, mientras que están tomando decisiones personas que no conocen el territorio. Los políticos y también la ciencia (es decir, la administración conservacionista) hacen como si el territorio fuera suyo y lo gestionan, pero no pueden ignorar a la gente que vive, que le conoce, a quien afecta esta gestión y que reclama formar parte de la toma de decisiones y de la gestión del espacio natural protegido.

Júlia Orrit González

Área de Comunicación i Promoción

Universitat Autònoma de Barcelona   

premsa.ciencia@uab.cat

 
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